AMAYA ÁLVAREZ.
Esta mañana estaba andando por un verde prado. Olía el dulce aroma de las gardenias y oía el alegre trino de las alondras. Tropecé con una rama y caí. Me había golpeado la nariz y sufría epistaxis. Rápidamente taponé la hemorragia y busqué un venero para limpiarme la camisa. Cuando dejé de sangrar retomé mi paseo matutino.
LUCÍA CALVO.
Aquel día me levanté con muy buen pie, me vestí y me fui a trabajar a la oficina. Alli me esperaba la policía que me detuvo por el asesinato de un abogado. Al final demostré mi inocencia y les ayudé a encontrar a la verdadera asesina, que era la secretaria, porque se enteró de que la iban a despedir.
CLAUDIA CAMEÁN.
Ella se consideraba una adalid de la limpieza. Por eso supervisaba de forma contumaz cualquier rincón, no sea que apareciera alguna inmundicia
ADRIÁN COBO.
Hacía ya tres días que me encontraba perdido en los confines de Groenlandia, pero yo seguía ledo, avanzando con cuidado, roborándome a mí mismo, intentaba mamparar como podía mis últimos recursos.
SERGIO FLÓREZ.
Era la final de la liga, tiro y cerró el rebote. En ese instante fue cuando el "simio" del otro equipo le embistió. Quedó incólume aunque ese belitrele hubiese dado con tudas sus fuerzas, Pablo era fuerte, el tipo que nunca se rinde.En ese momento se acordó, gracias a su fascinante memoria, de las debilidades de su contrincante y con gran facilidad le rebaso y le metió una canasta en la cara.
MARIO GARCÍA-OLIVA.
El sábado, mientras hacía mi paseo matutino por las ledanías de mi pueblo, me encontré a un pielero que decía tener las mejores pieles para curtir de toda la comarca, y como me interesaba comprar unas cuantas, le pedí que me las enseñase. Después de ver dos de ellas, ruginosas hasta el punto de oler mal, decidí que comprarlas sería una decisión de la que me arrepentiría.
MARÍA GALINDO.
Algunos recelaban del niño nuevo. Tenía los ojos melados y una mirada pícara. A mí no me disgustaba demasiado aquel chico. Mis amigas decían que era muy repipi pero me fascinaba ver como se atusaba su pelo atezado en el intercambio de clases.
MARÍA GALINDO.
Algunos recelaban del niño nuevo. Tenía los ojos melados y una mirada pícara. A mí no me disgustaba demasiado aquel chico. Mis amigas decían que era muy repipi pero me fascinaba ver como se atusaba su pelo atezado en el intercambio de clases.
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