Como
os anunciamos hace unas semanas en "El Rollo de Las Llamas", tres alumnas de Las Llamas han resultado
premiadas en el Concurso de “Cuentos contra el Machismo” convocado por la
Fundación Fair Saturday. Esta semana los organizadores del concurso han venido al centro a grabar un vídeo con las ganadoras y nos han mandado algunas de las fotos que les han hecho durante la grabación:
Laura Pérez |
María Galindo y Susana Gómez. |
Estos son los tres relatos que formarán parte del libro "Cuentos contra el Machismo" (a finales de este mes sale a la venta y podéis encontrar un ejemplar en nuestra biblioteca). Esperamos que os gusten y les damos la enhorabuena de nuevo a sus autoras.
“El final que todas nos
merecemos”
(Susana Gómez Falagán,
de 4º ESO C)
Me despierto otro día más mientras suena
a todo volumen la canción "Respect" de Aretha Franklin. Me visto, desayuno
y salgo de casa para dirigirme a trabajar. Soy actriz y ahora mismo hago el
papel de Cenicienta en una obra de teatro infantil. Al llegar saludo a mis
compañeros de reparto. Me fijo en la hora: la obra está a punto de comenzar.
Asomo la cabeza debajo del telón y veo que la sala está llena de niñas y
niños de todas las edades.
La obra empieza y el narrador introduce
un poco el cuento que vamos a representar. Aunque ya todos lo conocen, me
encanta ver cómo el público disfruta y se sorprende durante la representación
de este cuento clásico tan famoso.
Cuando estamos representando la escena
donde la madrastra no permite que Cenicienta acuda al baile hasta que no
termine una lista inmensa de tareas, se oye a una niña pequeña decir desde el
fondo:
-¡No la puedes obligar a hacer todo eso!
¡No está obligada a ocuparse de la casa solo por ser chica!
Aunque ese comentario sorprende a la
mayoría del público, mis compañeros de reparto continúan la representación como
si no hubiese ocurrido nada, pero yo no puedo pasarlo por alto.
Continúo representando la obra y
llegamos a la escena que más le gusta a la gente. El momento en el que el hada
madrina le concede a Cenicienta su mayor deseo: poder ir al baile y conocer al
príncipe que la salvará del infierno en el que vive. El hada le pregunta a
Cenicienta:
-¿Quieres que te conceda tu mayor deseo
y te permita ir al baile para conocer a tu príncipe?
En ese momento yo tendría que
responderle que sí, pero me doy cuenta de que algo estamos haciendo mal y
empiezo a hablar dirigiéndome al público:
- No, ese no es mi mayor deseo. Ya estoy
harta de que el héroe de todas las historias tenga que ser siempre el príncipe.
¿En serio es esto lo que queremos enseñar a las futuras generaciones? Creo que
las niñas que están aquí se merecen otro final.
Mi compañera me hace señales para que
pare, pero yo decido continuar:
-Nunca nos hemos dado cuenta de que les
contamos historias a nuestros hijos donde la mala es casi siempre una mujer y
el héroe es un hombre que salva a su amada de sus problemas. ¡PUES YA NO! A
partir de ahora la historia cambia. Cenicienta no acudirá al baile,
sino que decidirá enfrentarse a su madrastra y le dirá que ya está harta
de trabajar para ella. Y, como bien has dicho tú, mi pequeña amiga -miro a la
niña que realizó aquel comentario tan sorprendente- las mujeres no estamos aquí
para cuidar la casa ni mucho menos. Sabemos defendernos solas y no necesitamos
la ayuda de ningún príncipe.
En ese momento la gente empieza a
aplaudir, sonrío, sé que probablemente he perdido mi trabajo, pero no puedo
sentirme más feliz. He hecho lo correcto.
“Lo
que siempre callé” (María Galindo López, de 4º ESO C)
Nos intentan
hacer creer que las mujeres somos el sexo débil, que no podemos vivir sin
nuestro príncipe azul, que sin un hombre no somos nada. Para algunas eso son
solo historias de miedo, otras desgraciadamente, caímos en esas mentiras.
Al principio
todo para mí es perfecto, me cuida, me protege de los demás, me dice que nunca
me hará daño, pero si no le hago caso se enfada.
Y yo callo,
y él grita. Y yo lloro, y él ríe. Y yo sangro, y él golpea.
Cuanto más
pasa el tiempo más me duele, más sufro, peor estoy. Pero me aferro a sus
promesas de que va a cambiar y a menudo me intento convencer de que todo lo que
me dice es porque me quiere.
Y yo me
escondo, y él me encuentra. Y yo abrazo a mi hija, y él nos encuentra a las
dos.
Siempre hay
una salida, me repiten una y otra vez. Cuéntalo, me dicen, porque no saben lo
que es vivir con miedo. Hazlo por ti, me dicen, pero ya no sé quién soy.
Denuncia, que te pongan una orden de alejamiento, me dicen, pero ya lo hice y
él se encargó de volver a encontrarme.
Tú sueñas, y
él te destruye. Tú mueres, y él vive.
Hoy tengo
cicatrices que me recuerdan dónde he estado y todo lo que he pasado, y aun así
me encuentro con fuerzas para gritar por esas a las que callaron. Hoy puedo
levantarme de la cama y ser quien quiero ser gracias a una suerte que no todas
tuvieron. Hoy reivindico que todas las mujeres tienen derecho a una vida. Y no,
no eres menos que él, y no, no lo hace porque te quiere.
Á(r)mate,
mujer, inicia una revolución, una revolución contra el sistema patriarcal en el
que vivimos, una revolución contra esas personas que creen que somos menos, una
revolución para demostrar que calladas no estamos más guapas y que guapas
estamos cuando gritamos por nuestros derechos, esos que muchos como él nos
intentan robar.
"Aún hay tiempo" (Laura Pérez Robledo, de 1º Bachillerato A)
Mis manos temblorosas sostienen el
teléfono.
Hace veinte minutos y quince segundos
que Jon se marchó de casa. Me pegó una paliza y se largó gritando un “No me
esperes despierta, necesito consuelo después de haber tenido que aguantar tus
puteríos un día más”. Últimamente se ha obsesionado con la idea de que le
engaño con un compañero de la universidad. Le repito una y otra vez que yo
jamás haría eso, que le quiero sólo a él. Pero la única respuesta que recibo
son insultos y más golpes.
Golpes.
Recuerdo cuando era tan solo una niña,
una joven inexperta e inocente de doce años que cada vez que veía hablar sobre
las relaciones tóxicas en la televisión fruncía el ceño con disgusto y se
cuestionaba cómo una mujer podía permitir que su pareja llegara a controlarla y
maltratarla de esa manera.
Supongo que nunca creí que fuera tan
sencillo caer en sus redes. En cuanto Jon me tuvo atrapada en su trampa,
procedió a devorar mi espíritu y mi fuerza vital, como una araña que no duda en
alimentarse del pobre insecto que se estrella contra su tela.
Me controló.
Nunca salgo de casa sin su permiso.
Me celó.
Nunca me acerco a otros hombres.
Me convenció de que no valía nada.
¿Acaso alguien tan débil como yo vale
algo?
Destrozó mi cuerpo y mi corazón.
Me destrozó.
Siento que ya no existo como tal. Soy
simplemente un cuerpo vacío. Un cuerpo con el que Jon se puede desquitar. Una
marioneta a la que pegar y violar. A la que susurrar palabras hirientes y
arrebatar el sueño.
Cada día libro una batalla en mi interior.
Jon es lo único que tengo. Todo mi entorno permitió que me alejara. Supongo que
él tiene razón. Nadie me quiere. Nadie va a ayudarme a salir de este agujero.
Ni mis amigos, ni mi familia, ni los vecinos que durante los primeros meses
escuchaban mis desgarradores gritos y me dirigían una mirada piadosa en los
pasillos del edificio. Lo mejor que puedo hacer es quedarme a su lado. Tal vez
con el tiempo pueda ayudarle a cambiar. Puede que en el futuro consigamos ser
felices. Que nos casemos en una playa durante un hermoso atardecer y borremos
las cicatrices del pasado.
¿Pero y si no es así?
No sé qué hacer.
Miro la tecla verde y balanceo mi pulgar
por encima.
Nadie va a ayudarme.
Cada día que pasa, el reflejo que me
devuelve la mirada en el espejo se asemeja más a un cadáver. A una muñeca
repleta de grietas.
Tal vez tenga que ayudarme a mí misma.
No quiero quedar en el olvido. No quiero
ser una víctima más.
Supongo que tomé una decisión en el
momento en el que saqué el móvil de debajo del armario, donde Jon me lo
escondió hace meses para que no pudiera hablar con nadie sin su permiso.
Observo la bolsa de viaje que he
preparado y con un suspiro entrecortado, pulso la tecla.
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